27 de enero de 2016

Efímero




Efímero

Aparecen unos pocos despreocupados, charlan entre ellos. Murmullos. Saludan a otros pocos que llegan. Viene más gente. Susurros. Se forman corrillos y algunos saltan de uno para otro. Corrillos que se alargan, se dividen, se agrandan, se estrechan, se achican, aparecen y desaparecen. Algarabía. Otros toman asiento. Ruido. Llega mi madre charlando animadamente con mi padrino. Silencio. Más saludos, besos, abrazos, apretones de manos y palmadas. Los que habían tomado asiento se levantan, se arrastran los asientos contra el suelo, alguno cae. Ruido. Barullo. Jaleo. Llegan más. La sala está casi llena. Algunos me miran. Siento ansiedad, incertidumbre, calambrinas. Otros se acercan y murmuran entre ellos mirándome fijamente. Hablan de mí. Noto mi desasosiego, mi inquietud, mis calambrinas. Alguien más atrevido me coge en sus manos. Me calibra, me sopesa, me escudriña y antes de que me reponga de la congoja noto otras manos cálidas que me toquetean y acarician, durante un rato me calmo, pero vuelve el aturdimiento cuando me dejan, vienen la desazón y las dudas y no se han ido las calambrinas.  

Noto el silencio del público y cómo me acomodan entre mi madre y mi padrino. Me toma en sus manos mi madre, me mira como si fuera la primera vez que me viera, me acaricia y siento que está orgullosa de mí. Esto me tranquiliza. Cuchichean algo entre los dos. Enseguida me coge mi padrino. Silencio. Expectación. Me manosea, me da dos vueltas, mientras habla. Habla de mi madre. Me da otras dos vueltas y mirándome  dice cosas de mi madre al silencioso público ¡Como si yo no las supiera! Me distraen unos pocos rezagados que llegan, como no hay sitio se acomodan como pueden. 

Los nervios y la preocupación hacen que me olvide de que es el día más importante de mi vida, pero ahí está mi padrino recordándomelo. Ahora está hablando de mí, casi no me reconozco con tanto elogio, ni antes a mi madre, cuando la que recibía las loas de mi padrino era ella. Los asistentes asienten con la cabeza. ¿De verdad seremos tan importantes? Aplausos, cuchicheos, más aplausos. Paso de las manos de mi padrino de nuevo a las de mi madre. Se van diluyendo los aplausos. Silencio. Habla mi madre. Agradece a mi padrino su presencia y más aún sus comentarios.  Cuenta cómo nací y cómo, casi sin querer, estoy ahora en sus manos, a la vista de todos los presentes. Ahora lee en mi interior y va descubriendo alguna de mis intimidades. Siento cómo todo mi ser es arrastrado por un torbellino al ver a mi madre desnudarme, compartir mis secretos, exponerme tan descarnadamente al público. Aumentan la zozobra y la angustia, se redoblan las calambrinas ¿Agradaré a la gente que me mira expectante? ¿me acogerán entre ellos?

Termina de hablar mi madre. Agradezco que no siga contando mi interior. Aplausos, más aplausos. Interviene mi padrino. Ya no me esperaba más expolio, pero pide a los presentes que pregunten sobre mí lo que deseen a mi madre. Silencio. Alguien le  pregunta a quién me parezco, otro si le he dado mucho trabajo, otro parece que pregunta algo pero en realidad habla de un hijo suyo que acaba de nacer. Hay quien pregunta cuántos hermanos somos y es cuando me entero, asombrado, que somos un millar. Ya no hay más preguntas. La gente se levanta. Ruido. Rodean a mi madre. Se forman corrillos y algunos saltan de uno para otro. Corrillos que se alargan, se dividen, se agrandan, se estrechan, se achican, aparecen y desaparecen. Algarabía. 

Entre mis ropajes escribe una nota mi madre y me entrega, dándole un beso, a mi padrino que me lleva alejándome del jaleo de la sala. Valiéndome del calor de su mano y con el rítmico caminar me quedo dormido pensando que somos mil hermanos. Cuando despierto me encuentro en casa de mi padrino, encajonado, aprisionado entre caóticas hileras de seres inertes, silenciosos y polvorientos. Silencio.

Ha pasado mucho tiempo y todavía sigo recluido en esta cárcel, pero hoy ha sido un día especial. Hoy he visto a mi madre. Ha llegado acompañada por mi carcelero. Me sacó, entre calambrinas, de la hilera interminable y leyó con voz cálida aquella nota que escribiera hace tanto: “Dedico esta novela al sensible y afectivo Joaquín, siempre maestro, con cariño. Elena Pinto” También he sabido de mis otros hermanos. He sabido que más de novecientos de ellos languidecen, recluidos en cajas, en la buhardilla de mi madre.

Silencio. Se apagan las calambrinas. Flor de un día. Efímero.

[El Amanuense]

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